UN VIAJE DE IDA, SIN RETORNO.
Buenos Aires 1988, el músico Ariel Melo por motivos que
nunca supe ni me interesan, abandonó el grupo de música que lo hizo famoso y pasó a ser solista.
Necesitó entonces armar una banda que lo acompañe y es ahí donde Lolo es convocado como baterista. Lo convocan porque es muy bueno en lo
suyo sin duda alguna, y también porque tiene una batería electrónica
espectacular.
Con esto de la convocatoria nos agarraron muchos nervios. Lo
digo en plural porque en esa época Lolo y yo éramos uno. Hacía siete años que
estábamos juntos y sufríamos o nos alegraban las mismas cosas, lo que le pasaba a él me pasaba a mí, aunque no
siempre lo que me pasaba a mí le pasaba a él, pero no profundizaré en eso. Lo
importante ahora es que Lolo toca en el teatro Astros con Melo.
Éramos dos pibes de Caballito, con muchas ganas de tener
onda, de pertenecer al círculo del rock nacional de los ´80. Y en eso estábamos,
los dos estudiando diseño gráfico: “la nueva carrera de la U.B.A.”, yo
trabajando de moza en “el” bar de la música nacional de ese momento, y él no
trabajaba porque era un músico en serio y debía ensayar. Nos vestíamos como Siouxie
y Robert, y a veces como Nancy y Sid. Yo estaba tatuada, una de las pocas en Capital Federal -al menos que yo sepa- y él con aros y cortes de pelo que creo
inspiraron a Charly García para su canción. Comprábamos telas y nos hacíamos la
ropa. Realmente pensábamos que éramos avant
garde.
Transitábamos las recorridas nocturnas obligadas, y entrábamos
gratis a todos lados, nos estábamos haciendo conocidos en el medio. Conocidos
por nada, pero parecía que con eso alcanzaba.
Ansiedad. Eso sentimos el primer día que Lolo fue al ensayo
con Melo, la sala era en la calle Alvarez Thomas. Llorábamos de emoción, saltábamos
abrazados, estábamos en camino a tocar el cielo con las manos. Lolo había
ensayado día y noche sin parar.
Nos despedimos en la puerta, subió a la sala. Yo me iba a
tomar un café para esperarlo, pero me tomé una Mirinda.
Sale al rato feliz, radiante, ya con fecha para el recital,
días y horarios de ensayo, pruebas de vestuario, y reuniones varias hasta la
madrugada, cachet arreglado. Su actuación era un hecho.
Llegado el día del recital, me encuentro en camarines algo
incómoda con todos los músicos y algunas de sus mujeres espantando groupies a
lo pavote, a diestra y siniestra, a granel, al por mayor, a dos manos. Qué vida
de cornuda me espera, me digo a mi misma, justo cuando me empuja la vestuarista
y me pide que le alcance una camisa del mismísimo Ariel Melo. Ariel Melo me
sonríe, se ve que ya me conoce y le caigo bien. Lolo está feliz, después de
tanto sacrificio habíamos logrado lo que soñábamos.
Entra un personaje al camarín de Melo demasiado exagerado
pero real, y sin decir una palabra se hace lugar y pone sobre la mesa de
maquillaje un plato y en él tira todo lo que tenía para tirar, que era mucho.
Todos muy contentos, las groupies saltaban como ranas y aplaudían como focas.
Nerviosa, sin ninguna aspiración a acercarme al plato y con
ánimos de no molestar, doy marcha atrás haciendo
un pasito muy parecido al de Michael Jackson al tiempo que mi mano empuja el pico de una botella de cerveza abierta que se volcó completa sobre el blanco plato.
Dejé de ver, fundió todo a negro y
me subía tremendo calor por la espalda. Sólo escuche:
- Pero que flor de pelotuda esta mina! Era su voz, era la voz de Melo.
Me sentaron en fila dos al medio.
- Pero que flor de pelotuda esta mina! Era su voz, era la voz de Melo.
Me sentaron en fila dos al medio.
Buena ubicación.
Excelente recital, emoción, aplausos, reportajes, fotos, el
Astros explotaba.
Se hicieron dos fechas, sábado y domingo. Las dos lleno
total.
A Lolo, luego de ese domingo no lo convocaron más.
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